0

La Metamorfosis

- ¿Fumas? – me preguntó con su aire de europeo venido a menos.
- Sólo cuando es estrictamente necesario – le contesté. Me ofreció uno de su cajetilla.
- ¿Y no crees que la ocasión amerita una necesidad estricta? – me dijo con una sonrisita lasciva. Y yo, de tarada, le dije que sí. Creo que ahí empezó mi metafórica historia, y si no fue ahí tuvo que haber sido en el momento en que su cigarrillo tocó el mío para encenderlo. Gracioso, ¿no lo crees? Mi madre me dijo que los vagos no dejan nada bueno y la prueba es que aquí estaba este, con su gabardina negra y su mirada de James Dean, sonriéndome hasta con los ojos y yo sintiendo cómo la dizque testosterona que siempre me habían admirado mis amistades se iba, derechito por el sendero de la mariconada segura.

Mis amigos siempre me conocieron con el apodo de “Joe-Man” porque decían que yo de mujer tenía la pura entrada; porque de la cintura para arriba estaba más plana que cualquiera de ellos y eso ya es decir algo. Por eso, cuando me les planté enfrente con mi copia pirata de James Dean, no dudaron en llamarme “mariquita sin calzones” hasta que eventualmente se hartaron de la cancioncita (como tres años después) y comenzaron a preocuparse porque aquí estaba yo, usando maquillaje y zapatos de taconcito con florecitas enfrente, poniéndome mascarillas por la noche y cuidando la figura. Y en medio de mis transformaciones estaba este sujeto que hacía que mi sol saliera, se ocultara mi luna, y toda esa bola de cursilerías que le dan pensar a una mentecuata como yo cuando se está en semejantes circunstancias.

El caso que viene al tangente es que la noche del día 18 mi amigo Oscar “El Gordito” Flores salió de un lugar de dudosa reputación que se encuentra escondido entre los rincones subculturales de la Juárez, muy bien acompañado de su novia y dos amigas ya pasadas de copas, que – por cierto – iban cantando por toda la calle y a todo pulmón una de Mecano más desafinadas que los charros de la calle. Y entonces El Gordito vio a mi peor-es-nada salir de otro antro, muy de la cintura de una chamacota de aquellas que le contaban sus revistas porno que escondía muy bien debajo de su cama para que su abuela no las encontrara (porque entonces sí que se infarta la viejita), a beso y beso, casi fajándosela en el callejón, y toda la cosa. Mi amigo (que es bien mi amigo) pa’ pronto se regresó con la bola que había dejado atrás en el antro y pa’ pronto que se arman pa’ venir a darle sus chingadazos al pirujo este, porque nadie le pone los cuernos a ninguna de sus amistades, mucho menos a La Joe-Man, y sin darle explicaciones me lo dejaron peor que palo de gallinero cuando “la tipa” lo dejó solito para ir por su bolso olvidado en la cantina de la que acababan de salir.

Casi se las parto.

- ¡Ay pos cómo íbamos a saber, si nunca te vemos de vestido! - me dijeron con toda la cara de inocencia al intentar darme explicaciones de sus actos.

0 comments:

Post a Comment

Siguiente Anterior Inicio

Memories