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Olor a Gardenias

No sabría decir cuándo comenzamos a sentir la ausencia de la señorita Nouvelle. Tal vez fue desde que dejamos de escuchar sus gritos por el corredor, o el clic-clac de sus zapatos charoludos que había comprado en quién sabe dónde y a quién sabe cuánto. O a lo mejor fue cuando ya no la vimos pasar por el salón en ese vestido pastel, oliendo a gardenias.

Recuerdo perfectamente el día en que la señorita Nouvelle atravesó por la puerta del tercero “C” para darnos clases de Francés. Era un Jueves y acabábamos de ver la tabla del 9, aventándole papelitos enbabados al nerdo del Carlos porque se las supo todas y nos pusieron como campeones gracias a su cucharota. Había algo en la señorita Nouvelle que no se miraba del todo bien, como que le faltaba color a su caricatura o algo parecido.

- Ya nos cargó el chango – dijo el Pepe. Y todos estuvimos con los ojos pelados durante el resto de la clase, nomás repitiendo el “wi-wi” cada vez que nos preguntaba algo. A la salida, cuando estábamos en la bola, la señorita Nouvelle pasó al lado de nosotros.

- Au revoir! – le dijo al Gordito Flores con una palmadita y una sorisita. El Gordito Flores nomás tragó saliva. Esa fue la última vez que vimos su cara redonda.

Y así, uno a uno fueron desapareciendo, por eso digo que tal vez la dejamos de ver cuando los niños dejaron de desaparecer aunque los que desparecieron (como el Tony, el Gusi, Adelaida, el Chivo, la Perra y el Gordito Flores) ya nadie los vio, ni siquiera en su colonia.

Hay quien dice que sus bicis aparecieron en el basurero como dos semanas después de que la señorita Nouvelle se fuera para siempre de esta escuela, pero nada es seguro. Lo que sí es que ya pasaron más de treinta años y todavía es hora de que no puedo dormir con la luz apagada.

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