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Nueve pecados capitales en el quehacer literario

Por: Nicolás Hidrogo Navarro

Soy un convencido que el excesivo provincialismo e inmadurez del que habla mi compañero de generación Luis Heredia González, en un virulento artículo “La lumpenización de la actividad cultural en Chiclayo”, hace un año atrás, ha generado que muchas veces se cometan excesos bajo la fachada de hacer cultura o darse ínfulas de poeta, pintor, escultor o artista en general. Y es que a veces, en provincias o la misma capital, ronda un virus mediocre y huachafo de que ser poeta o artista en general es sinónimo de ser un desarrapado, rufián o beodo o un resentido y desadaptado contracultural. Y muchos lo han creído y hasta se vanaglorian y hacen apología de vivir en la autoindigencia, al filo del abismo, por el sólo hecho de darle la contra “al sistema”. Al sistema le importa un pepino que vivan o mueran los poetas. Los artistas se deben al pueblo y debe importarles presentarse con la cara límpida y el corazón purificado. El arte no es insurrección cuando autodestruye, sino cuando construye y edifica en la conciencia colectiva un “sueño de pongos” ante la justicia divina y la justicia del colectivo de los hombres. Confunden la libertad creadora con el libertinaje de la personificación y socialización de su propia obra creadora y como producto estético. Más aún cuando reciben algún premio o salen en una nota periodística o hacen sus propios publicherrys, adoptan poses e ínfulas de divos. Eso significa no estar preparado ni para triunfar ni para fracasar. Eso es pura acrisolada mediocridad, inmadurez y pedantería barata.
¿O es que acaso todos los artistas son seres sublimados que buscan en el arte su propia guillotina de suicidio y pretenden regar la perversión de sus malogradas y atormentadas vidas, para estar acompañados en su propia desgracia? ¿Tienen derecho de macular algunos seudoartistas y prostituir la imagen de los demás y pasarlos de la faz azul a la negra imagen antisocial? Tienen derecho todos los que quieran atosigarse de sustancias dañinas y matarse siete veces al hilo, pero no tienen derecho de trasmitirle es misma idea a los demás. La  literatura es vida, es pedagogía del alma y la ternura, seriedad, respeto, arte, esteticismo y hasta si se quiere rebeldía transgresora y magnificencia del espíritu humano.
No le hace mucho bien, ni dignifica que los artistas se presenten con esa imagen desaliñada, vandálica, lumpenezca, como chúcaros y bárbaros salvajes apestando alcohol o afeando la ciudad con sus disquisiciones en la vía pública. Al pueblo –lectores- sí le importa que los verdaderos artistas sean seres equilibrados (contraproduciendo con su desequilibrio creativo o su contravención social e ideológica y estética). Un artista es un ser público y un paradigma para los demás. No puede etiquetarse a un artista como un enfermito autodestuctor que como su mundo interior está destruido, quiera destruir el mundo de los demás para estar igualados. Debemos desmitificar esa justificación simplista y reduccionista que “lo que importa es el producto estético y no quien lo produce”. Poeta y poesía están íntimamente ligados como la cara de una misma moneda. Claro que las biografías van acompañadas de los textos y cuando hay una justa correspondencia entre lo que pregona en su poesía lo sea en sus actos. Como ser humano y lector, prefiero un sólo buen gesto y acto de poeta a que mil buenos versos de un simple versificador artificial.
 
1.- Pose de divo.- Publicar o ganar algún premio o reconocimiento literario a algunos les hace daño,  los eleva a las nubes y se creen los mismos herederos del Olimpo de Zeus. No sólo los aleja de los lectores o admiradores, sino que los hace antipáticos, odiados e insoportables.
2.- Egolatrismo, síndrome del yo-yo-yo-yo.- Se genera una enfermiza monserga que como otros no hablan de él, él mismo está pregonando lo que hizo y no hizo. Toda la noche la pasan hablando de sí mismo. Siempre están vocingleando de sí mismos con una recargazón de hartazgo y magnificando hechos. Se convierten en personajes egomaníacos. “El dios de la poesía, el único e insuperable”, “Mi próximo viaje a Francia”, “Mis próximas novelas o libros que aún no lo escribo pero ya tengo el prólogo”.
3.- Inventando desfachatados titulachos y autocondecoraciones-  Típica y huachafa  costumbre de inventar baratarias y títulos nobiliarios culturales y autoconcederse premios y autoreconocimientos. Se inventan cargos como Embajadores Plenipotenciarios de la Poesía ante la Galaxia de Orión, Procónsules de la literatura mundial ante Ganimedes. Mandarse hacer un centenar de medallas oropelosas para que se simule que otros le dan y tener el pecho con más medallas que general ruso de la Segunda Guerra Mundial o el propio ugandés Idi Amín.
4.- Pasión por el publicherry: autobombo.- Manida y enfermiza pasión de alabar y ensalzar así mismo su obra de manera narcisista, muchas veces sin que compare con la de otros ni tenga en sí calidad. Convertirse en el propio creador, lector, editor, agente literario, comentarista, crítico y propagandista de la obra producida. Manía  enfermiza de buscar como sea enviar autoartículos, autorreportajes, autoentrevistas donde el centro sea el “grandilocuente poeta, o sea él mismo”, en cualquier espacio para automarketearse o a veces utilizando a terceros como fachada. Es la reventadera de cuetes o el famoso autopampeo y la echadera de flores gratuita. Es pagar o suplicar para que se publique, lo que normalmente no lo harían los medios por la inexistencia de calidad.
5.- Extravagancia y contraculturalidad como estrategia.- Modalidad adoptada por algunos de hacerse los extraterrestres, parecerse excéntricos reventando vidrios del vecindario a lo Jimi Hendrix con su guitarra, o llamando la atención a lo Marilyn Manson, emulando anacrónicamente a Baudelaire o Rimbaud, o fingirse lunáticos, o pretender superar la marca de alcohol en su cerebro a Rubén Darío o Hemingway, maniáticos, hacerse los raros esquizofrénicos, los complicados gongorinos e ir contra la corriente por el sólo hecho de salirse del montón. Es romper cualquier canon inflando los cachetes y hacerse como el que no posa la vista en nadie y sacar el miembro y orinarse en los parques, detener el tráfico, patear puertas, meterse unos tiros y andar maloliente, con una barbita a lo Whitman o disfrazado de poeta con una gorrita a lo Pablo Neruda o no dejarse fotografiar porque se es muy importante y hay que pagarle o suplicarle.
6.- Borrachito perdulario plazuelero.- El típico desnaturalizado. “Ser borrachín me hace más poeta y me da caché y etiqueta de intelectual místico y misterioso. “Todos los grandes poetas fueron borrachos”. “Me inspiro mejor cuanto tengo harto alcohol en el cerebro”. “Para que la gente sepa que soy un poeta debo de embriagarme a la vista de todos”.
7.- Sólo me junto con poetas consagrados.- Típica posición marginadora a los poetas noveles. La clásica actuación circulera y selectiva, las pequeñas mafias que determinan quién es y no es poeta y quién debe y no debe participar en un recital o estar en sus contactos y relaciones. “Sólo me reúno con gente que sea consagrada”. “Sólo asisto a eventos donde venga alguien de cartel, porque no puedo mezclarme con la chusma o los chibolos que recién están empezando”.
8.- Armo mi grupo y sólo me autopromociono.- Clásica actuación individualista  egoísta y personalista que busca sólo dar a conocer al jefe de la pandilla. El resto no amerita que se le difunda. Es para levantarle la autoestima al que la tiene caída.
9.- El perro del hortelano sale calato.- Como yo no hago, que los demás tampoco hagan. Me interesa que los demás fracasen en sus eventos para estar igualados. Hay que buscar la forma de que pasen por desapercibido o boicotearle su evento para que nadie asista.
Cualquier coincidencia con alguna actitud o forma de actuar, es mera coincidencia. Así es nuestra farándula literaria cultural, en algunos casos.
Pero la poesía o la actividad literaria, por encima de estas banalidades cursis y vanidades propias de los espíritus sobredimensionados de nuestros poetas sin control ni capacidad de autocontrol, es más que eso: la poesía es un sublime rayo de luna que ilumina la completa oscuridad del hombre hasta hacerlo tiritar de emoción, junto a una ventana desierta y añosa. La actividad literaria es una magnífica oportunidad de ensanchar la promoción colectiva y hacer que los poetas se conglomeren y todos salgan a flote, con su oportunidad de igual a igual,  dejando atrás esos resabios egolátricos e infantiles que sólo demuestran: eximio poeta en el verso, pero un gran pendejo como persona.

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