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Wonsuponatime Act 3


La Cafebrería abría sus puertas a las cinco de la tarde y cerraba antes de la medianoche, ofreciendo luz tenue y música de pseudotrova a quienes se atrevieran a realmente ponerle atención a aquello. Era martes, por lo que la mesa de la esquina oeste del local era ocupada por el joven de las gafas que – todos los martes – asistía con un gran pilado de libros mismos que leía a una velocidad impresionante, acompañado de un café capuchino y un cigarrillo que nunca tocaba.

- Vengo con el güerito de los lentes – dijo el hombre que acababa de entrar, señalando al jovencito nice sentado detrás de sus libros. Tomando asiento frente a él, hizo caso omiso de la mujer detrás del mostrador le ofreció una bebida, directo al grano – Daima leisha…
- No me gusta usar el idioma en este lugar – dijo el otro sin siquiera levantar la mirada de los libros, con actitud arrogante y voz de quien acaban de molestar de algo realmente importante - ¿Qué quieres?
- Tal vez te interese saber que se abrió una puerta dimensional hace dos días…
- Noticias viejas no me interesan, ahora si no tienes nada más relevante que decirme, te sugiero que te retires antes de que termine mi paciencia y me dejes regresar a mi lectura.
- ¿Qué? ¿Te crees mucho porque acabaste con un regimiento?

El joven de las gafas levantó ligeramente la mirada; una chispa de advertencia cruzó por ella – un brillo espectralmente dorado.

- No – dijo molesto – Me creo mucho porque acabé con un regimiento y volví loco al Comandante Supremo de dicho regimiento, que casualmente resultó ser uno de los Siete Magníficos. Ahora, voy a regresar a mi lectura, y si te atreves siquiera a respirar para distraerme, juro por todo lo que consideres santo que desearás jamás haber salido del infierno para conocerme a mi, ¿estamos claros?

El otro resolló molesto, se levantó y se fue. El joven de las gafas regresó entonces a su lectura, ignorando completamente todo a su alrededor, una actitud que la mayoría de los demonios odiaban de su parte, pero que a él no parecía importarle un soberano cacahuate. Aún cuando no era un demonio de alta alcurnia, Aramis era de respetarse. Se decía que era el mejor asesino del infierno e inclusive que se codeaba muy cercanamente con Nergal, el Jefe de la Policía Secreta del Infierno. Tal era su fama, que con sólo mencionar su nombre, hacía temblar a más almas que la presencia de Satanás mismo. Se decía que ni siquiera Miguel había podido medir fuerzas con él, pues aparte de ser gran espadachín y maestro en las artes mágicas, Aramis no era ajeno a las altas esferas celestes, siendo que él mismo había pertenecido a ellas no hacía mucho tiempo. Hasta hoy, nadie sabía por qué había decidido abandonar esa vida y dedicarse a lo que se dedicaba ahora.

No pasaron ni veinte minutos del incidente cuando otro hombre tomó asiento frente a él. Este era delgado, de aspecto galante, moreno y de ojos que parecieran no decir mentira alguna. Al momento de sentarse, la chica del mostrador ya traía consigo una taza de café caliente que colocó sobre la mesa.

- No deberías ser grosero con la gente, particularmente con Sammael. – le dijo seriamente agregando azúcar al brebaje – El muy sentimental luego va y llora como señorita. ¿Sabes lo que es tener que ver al Jefe de tus Cazadores llorar como señorita? Es bastante vergonzoso.
- No es mi culpa que tengas maricas bajo tus órdenes, Nergal, varias veces te lo he dicho – dijo el otro bajando el libro y colocando las gafas a manera de separador - ¿Tienes algo para mí?
- Una puerta dimensional se abre y dos ángeles de tu dimensión pasan por ahí, ¿te llega algo extraño?
- Me suena como que quieren que hagas un ejemplo de ellos y vendas sus alas al mejor postor – sonrió el otro. Nergal rió.
- No me gustan las sorpresas, Aramis, lo sabes – dijo - ¿Hay algo que quieras decirme?
- Que eres feo, pero supongo que eso ya lo sabes.
- Déjate de bromas…
- Y tú déjate de estupideces. Cumplí con mi parte: no esperes ahora extender mi contrato porque no estoy interesado. Como lo dije a mi arribo, no estoy aquí para cazar angelitos, ese es tu trabajo. Yo estoy aquí para matar a un Dios.
- No puedes matar a un Dios. Un Dios es un Dios. La inmortalidad viene entre los beneficios de ser adorado por legiones, obedecido ciegamente y tener un enorme amor propio.

Aramis se inclinó sobre la mesa, acercándose a Nergal con una sonrisa leve y una chispa siniestra.

- ¿Y quién dijo que por ser Dios tienes que ser inmortal? – dijo en voz baja. Nergal se recargó incómodamente en el respaldo del asiento mientras que Aramis se regocijaba ante las reacciones del demonio frente a él.
- Yo no estaría tan sonriente si fuera tú – dijo Nergal cruzado de brazos.
- ¿Vas a llorar como Sammael? – dijo Aramis recargándose en el asiento con un aire de burla. Nergal tomó la taza y dio un sorbo al café frío para luego decir:
- Uno de los ángeles es Danishka Khali Emmet Du Lizokiwa –y la sonrisa de Aramis se desvaneció de pronto. Nergal se sonrió maliciosamente – Eso, – dijo llevándose la taza a los labios para beber el resto del contenido – me gusta verle la mirada al lobo cuando le acaban de decir que su cazador está cerca.

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