0

El Lugar de Todas las Cosas Salvajes -- 3

EL LUGAR DE TODAS LAS COSAS SALVAJES

III
Beau y la Tribu Piti-pat


Los gritos de Irasumi los despertaron temprano. Medio espantados y medio dormidos todavía, se dieron cuenta de que Irasumi no solo había madrugado, sino que de alguna manera había encontrado el arroyo más cercano (que se encontraba a dos o tres metros de donde habían decidido acampar, por lo que esto no fue excusa para no lavarse de perdida la cara), había llenado las cantimploras con agua fresca y aparte había iniciado la preparación del desayuno mientras cantaba como gaviota que necesita ser sacada de su miseria (eso fue la razón principal por la que despertaron; Leyb pensó que algo grave le pasaba y Devon creyó que se trataba de una parvada de dragones a punto de convertirlos en el desayuno de la manada). Como que el comer pan con mermelada ya se estaba convirtiendo en costumbre para los dos hermanos, pero para Irasumi era como haber muerto e ir al paraíso pues era verdaderamente una golosa cuando se trataba de los dulces y la mermelada era definitivamente uno de sus favoritos. Entre bromas y juegos empacaron nuevamente sus cosas para dirigirse al bosque.

Irasumi iba feliz porque la idea de que aquella fuera la oportunidad de su vida de ver a un unicornio vivito y a todo color la entusiasmaba. La Meseta del Unicornio alguna vez fue famosa por la presencia de estos animales. Estaba rodeada por un bosque que muchos lo conocían como el Bosque del Unicornio y más recientemente, el Bosque del No Retorno porque era territorio demoniaco. Permítanme redefinir eso; era territorio de Zac, uno de los trece demonios pertenecientes a la famosa Legión Oscura, amo de los espejismos y famoso por su mal carácter. De hecho, desde el momento en que Zac se adueñó de la meseta, los unicornios no fueron rival para sus ejércitos. Ahora la meseta tenía de unicornios solo el nombre, pero ¿quiénes eran Devon y Leyb para matar las ilusiones de quien ha esperado toda su vida para ver uno en vivo y a todo color?

- Tengo hambre – se quejó Leyb a medio día - ¡Y ya no quiero mermelada!
- Vamos a colectar hongos – dijo Devon emocionado – Podremos ponerlos en las cazuelas de las mermeladas y hacemos una sopa de hongos.
- Eso suena bien – dijo Irasumi - ¿De cuáles?
- Veamos – Devon comenzó a hacer uso de memoria – En este bosque creo que los que son seguros para comer son los que tienen capuchita café.
- ¡Vamos a juntar hongos!

Se propusieron a buscar los famosos hongos mientras seguían en el camino. La vereda pareciera estar ahí desde mucho tiempo atrás, por lo que sólo se desviaban lo suficiente como para arrancar los hongos que se encontraban a los pies de los árboles sin alejarse demasiado de ésta ni de sí mismos. Sin embargo, Irasumi vio hongos un poco más hacia adentro del bosque, alejándose de la vereda más de lo que habían acordado alejarse.

Leyb y Devon sintieron que el corazón les dio un brinco cuando escucharon los gritos horrorizados de Irasumi. Tan rápido como pudieron, siguieron los gritos cada quien por el rumbo que traían; Leyb fue quien cayó en una trampa y quedó colgado de un pie y de cabeza, pero con el impulso y el tirón quedó inconsciente. Irasumi estaba en una red, colgando de un árbol, llorando y gritando. Devon quedó viendo a los dos con cara de espanto.

- ¡Cálmate! – le gritó a Irasumi - ¡Aquí estoy! Te voy a bajar…
- ¡Apúrate que tengo miedo!
- Ya voy, ya voy…

De pronto, escuchó ruidos. Antes de lo que pudiera reaccionar, estaba rodeado de los dueños de aquellas redes. Eran una especie de gnomos blancos usando largas jaras como arma y largas batas que arrastraban a sus pies. Pareciera que no tenían ojos y mostraban sus colmillos de forma amenazadora.

- ¿Qué es eso? – preguntó Irasumi entre sollozos.

Devon tragó saliva. Eran gnomos de la tribu Piti-pat – criaturas que sólo cazan y se alimentan de carne de ángel.

- Lo dicho – dijo Devon para sí – KARMA…
- Carne de ángel fresco – dijo el que pareciera fuera el líder.
- Pero no tienen alas – dijo otro mostrándose curioso al ver a Devon y a sus hermanos.
- Algunos de ellos no crecen alas hasta que son mayores. Estos deben ser todavía cachorros…

Tal vez si hubiera entendido algo de lo que decían, Devon hubiera dicho algo así como que no eran cachorros de nadie, pero luego los de la tribu fueron distraídos por los gritos de Leyb.

- ¡Déjenlos en paz, bola de montoneros!
- ¡Leyb, cállate! ¡Son Piti-pat! – gritó Devon angustiado por ver que aquellas criaturas se acercaban más y más.
- ¡El arco! ¡Usa el arco!
- ¡Pero no tiene flechas!
- ¡De perdis úsalo como garrote!
- ¡Soy demasiado joven para morir en un plato!
- ¡Devon!

Algunos Piti-pat atacaron al chico histérico y de pronto fueron envueltos en llamas. El chico en cuestión tenía las manos cubiertas de fuego, y las miraba entre espantado y asombrado. Luego, hizo movimientos para alejar a los piti-pat y formó un círculo de fuego alrededor de él y sus hermanos.

- ¡Magnífico! – gritó Irasumi - ¡Ahora vamos a morir en la hoguera!

Leyb logró soltarse entre la confusión y al caer hizo que la red en donde estaba Irasumi también cayera (como que ambos sostenían las trampas con su propio peso). Devon estaba agitado, viendo para todos lados en caso de que tuviera que freír a otro Piti-pat.

- Oye, chidas tus manitas, pero ¡¿cómo vamos a salir de aquí, imbécil?! – exclamó Leyb exasperado. Devon se volvió a verlos y las manos se apagaron.
- ¡Yo no sé cómo se me prendier--- AAAAHHH! – gritó al ver que los Piti-pat saltaban las llamas (que ya estaban más cerca). Los tres se abrazaron, cerraron los ojos para no ver su inminente final, y de pronto sintieron un jalón que los arrastraba fuera del círculo de fuego. Abriendo de uno por uno los ojos, se dieron cuenta de que algo los tenía abrazados contra su cuerpo, y que se alejaban a toda velocidad del lugar de los hechos. Irasumi levantó la cabeza y gritó.
- ¡¿Qué?! – gritó Leyb haciendo lo mismo. También lanzó un grito de espanto. Aquella cosa que los cargaba era un centauro.
- ¡Cállense ahora si no quieren que me arrepienta en este momento! – gruñó el centauro mientras continuaba su carrera, ya no para alejarse de los Piti-pat, sino de alejarse de las llamas que al parecer iban a ser el final de gran parte del bosque.
- Se amable con el tipo de las patas – dijo Devon por lo bajo.

El centauro se movía a toda velocidad por las veredas del bosque, asombrosamente ágil en cuanto se quiso acomodar a los tres entre los brazos. Con un “agárrense”, los ayudó a subirse a su lomo y emprendió veloz carrera nuevamente. Devon iba aferrado a la cintura del centauro, seguido por Irasumi, y cubriendo la retaguardia iba Leyb, quien con los ojos cerrados no paraba de decir “ay diosito, ay diosito, ay diosito” en voz baja. Podían escuchar los gritos de los Piti-pat todavía feroces en su cacería, y pareciera que los estaban rodeando, pues las voces y gritos se escuchaban por todos lados (o tal vez ya era el miedo y la paranoia de los tres). Al frente, se escuchaba un río. El centauro gritó, “¡Aférrense con fuerza!” y antes de decir “agua va,” se lanzó al río, el cual llegaba a cubrirle mitad del cuerpo a los chiquillos. La velocidad del agua hacía del cruce una tarea algo imposible ya de por sí, ahora si le agregamos el hecho de que las cenizas comenzaban a caer, que el humo hacía que los ojos ardieran, que las patas del centauro parecían resbalarse en el piso (si es que lo estaban tocando del todo) y que ninguno de los tres tripulantes eran famosos por sus habilidades de equitación, aquello pronto se volvió una pesadilla. Los Piti-pat se acercaron a la orilla y comenzaron a lanzar flechas y jaras hacia ellos, milagrosamente evitando herirlos por algunos momentos. Sin embargo, esa buena suerte no pudo durar mucho tiempo, pues una de las flechas fue a pegar directamente en las enancas del centauro, quien lanzó un grito de dolor antes de que Leyb sacara la flecha. De pronto, el centauro comenzó a ver doble y sus esfuerzos se hicieron cada vez menos… menos… menos… y los tres pasajeros sintieron el paso flojo del centauro, gritando a todo lo que daban sus pulmones. Leyb se aferró a Irasumi y trató de nadar a la orilla, mientras que Devon quiso ayudar al centauro, todos con la desesperación de que el río desembocaba en una cascada, que si bien no era muy grande, si era bastante peligrosa.

Al abrir los ojos, era de noche, estaba al lado de una fogata cerca de la orilla del lago, y tenía un terrible dolor en la pata derecha mientras que su mano (equina) izquierda estaba envuelta en una manta.

- Disculpa – escuchó la vocecilla de la chiquilla – No supimos cómo arreglarla. Pero como la vimos tan mal, pensamos que tal vez estuviera rota o algo…

El centauro veía curiosamente a Irasumi, quien estaba envuelta en la manta. Detrás de ella, su ropa estaba secándose colgada de un árbol, al igual que su oso. La chiquilla rió.

- Lo bueno es que cargamos con ropa extra – dijo - ¿Cómo te llamas?
- Beau – dijo el centauro tratando de incorporarse, situación que lo hizo dar varios gemidos. Logró acomodarse en una posición más cómoda para poder ver su mano izquierda al desenredarla de la manta – No está rota, - dijo – sólo golpeada.
- Me alegra.
- ¿Y tus hermanos?
- Leyb me dijo que cuando despertó vio cómo unos trolos agarraban a Devon del otro lado del lago y lo metían a una carreta junto con otros que iban en la misma jaula. Los Piti-pat no nos siguieron… pero se me hizo feo dejarte ahí tirado, todo solo, así que Leyb se fue a seguir a Devon y me dijo que no me moviera de aquí.
- Entonces… tus hermanos son Devon y Leyb… ¿y tú?
- Yo me llamo Irasumi.
- ¿Y qué hacen tres criaturas en medio de territorio demoniaco?
- Vamos a buscar a mi papá. Vamos a la Ciudad Música… bueno, mi mamá nos mandó una carta en donde dice que mi papá vive en la Ciudad Música y como ya mi mamá le está echando sus penas a las nubecitas, entonces pues nos escapamos del colegio para ir a buscar a mi papá.
- ¿Tu papá es un ángel musical? – Beau arqueó las cejas de manera sospechosa.
- Pos eso dicen. Yo como no me veo las alas, como que no les creo… pero bueno, supongo que esto es algo bueno qué contarle a mis hijos algún día… ¿Y tú? ¿Qué no debes estar con tu manada o algo así?
- No tengo manada – dijo Beau algo pensativo - ¿Dices que van a la Ciudad Música?
- Ese es el plan, ¿por qué no tienes manada?
- Porque no soy un centauro – respondió todavía medio ido en sus pensamientos. Irasumi se quedó sin saber qué responder en seguida. Lo vio de arriba abajo. Su mitad equina era negra con manos y patas blancas y un lindo listón blanco cruzando todo su lomo hasta llegar a la cola, en donde varios pelos tomaban el color. Su parte humana era morena, con características rusticas de la especie, sin embargo se veía delgado para ser un centauro maduro. Era más bien joven con nariz afilada y ojos verdes con contorno amarillo; tenía el cabello largo, maltratado y lacio color oscuro; sus dientes mostraban pequeños colmillos cuando hablaba y en su rostro tenía unos triángulos negros muy bien delimitados cuya base iniciaba debajo de los párpados inferiores de sus ojos y terminaban hasta el contorno de sus labios.
- Okey… entonces, ¿qué eres?
- Soy un ángel – dijo el otro muy serio. Irasumi casi se ahoga por querer aguantarse la risa.

Devon despertó por el movimiento de carreta que lo hacía mecerse de un lado a otro. Su ropa todavía estaba húmeda y estaba atado de pies y manos con algo que picaba bastante. Estornudó un par de veces antes de despertarse por completo, sólo para darse cuenta de que su visión realmente era mala pues sin lentes todo le parecía borroso. Escuchó el sonido de las bestias tirando de aquella carreta y las voces de quienes las llevaban, lo cual lo hizo casi sentarse de un brinco y golpearse contra los barrotes de la jaula.

- Cuidado – escuchó una voz serena a su lado – la jaula es pequeña.

Quiso enfocar la mirada para distinguir entre las sombras de quién se trataba, sin embargo, la poca luz y la poca visibilidad por parte de sus ojos hacían de esta una tarea meramente imposible. Lo único que pudo ver era que se trataba de una persona delgada que estaba encerrado en una jaula contigua. No podía ver las facciones claramente, pero sí se percató de que era joven y de que usaba prácticamente harapos.

- ¿Quién eres tú y dónde estoy? – preguntó el chiquillo viendo para todos lados. Sentía que la cabeza le iba a estallar y que el agua todavía estaba en sus oídos.
- Estás en una jaula; unos trolos se encargaron de recogerte a la orilla del lago, creo que te van a vender muy bien a los Piti-pat, con eso de que eres mitad ángel y toda la cosa.
- ¡No otra vez! – exclamó Devon con un gemido.
- ¿Ya te habían vendido antes? – preguntó el otro confundido.
- No… escapamos… casi incendiamos el bosque… ¡Carajo! ¡Mis hermanos!
- No los vi contigo – dijo el otro en medio de un suspiro desinteresado – Supongo que estarán contando su historia en el fondo del lago.

La idea hizo que a Devon se le formara un nudo en la garganta y sin poder evitarlo lanzó un leve sollozo.

- O tal vez esté equivocado – dijo su compañero casi inmediatamente – y simplemente hayan aterrizado del otro lado del lago. Uno nunca sabe.

Devon vio angustiado hacia las copas de los árboles. Muy en el fondo deseaba que en la jaula de al lado estuvieran Leyb o Irasumi, y entonces cayó en cuenta de que era la primera vez en que los tres estaban separados de esta manera. Y el centauro; ¿de dónde había salido el centauro? ¿Los habría estado siguiendo?

- Me llamo Tasharak, pero puedes llamarme Tasha.
- Devon.
- Un placer. Ahora, ¿qué hace un enano mitad ángel solito en medio de territorio demoniaco?
- No estaba solo… pasábamos por el lugar.
- ¿Y pensaron que nadie iba a darse cuenta de que apestan a ángel?
- Sería estúpido contestar que “sí” ahora.

La carreta se detuvo. Al parecer, los trolos iban a descansar por el resto de la noche. Devon se recargó en los barrotes y se puso a pensar en alguna forma de salir de esta. Tal vez cuando abrieran la reja podría salir corriendo, o si hubiera la forma de que pudiera hacer que las manos se le incendiaran otra vez, pero no estaba del todo seguro en cómo había pasado la última vez. Escuchó que su compañero de desgracia comenzó a acomodarse.

- Bueno, - dijo – es hora de dormir. Mañana será otro día…
- ¿Y a ti no te piensan vender?
- Probablemente.
- ¿Y no te preocupa?
- En lo más mínimo.
- ¿Y si te quieren hacer cena?

El individuo se giró para encararlo.

- Si me quieren hacer cena, entonces me cenarán y no hay mucho que pueda hacer al respecto. Ahora, lo que puedo hacer en estos momentos es dormir. ¿No piensas dormir?
- No realmente.
- Entonces deja dormir al resto.

El otro se dio la vuelta y se quedó callado. Devon entonces deseó con todas sus ganas que su hermano estuviera cercas; al menos este tipo de pensamientos lo haría sentir mejor. De pronto, se puso a pensar que en alguna ocasión tiempo atrás habría podido comunicarse con su hermano sin ningún problema, e incluso saber en dónde estaba y proyectar la imagen a los demás. Cerró los ojos en un intento por saber si todavía podía hacer esto. Recordaba que no era mucho el esfuerzo, y que a veces lo hacía sin querer. Y por más que se concentraba y se concentraba, al parecer lo único que lograba era ver lucecitas de colores en medio de la oscuridad de su mente. Al parecer, lo que se habían traído de regreso eran solo recuerdos y parte del paquete mágico se había quedado del otro lado.

- ¿De dónde eres? – escuchó la voz de su compañero de desgracias. Pensó por un momento en no contestar, pero entonces su conciencia le hizo el cargo de que eso sería de mala educación y si de algo no se podían quejar era de su descortesía.
- De Phoed.
- Lindo pueblo. Tienen fama de ser grandes comerciantes de piedras preciosas… ¿Traes alguna?
- No.
- ¿Y tu hermano, trae alguna?
- ¿Y eso a qué viene?
- A que sería más fácil si tu hermano, que está debajo de la carreta, pagara con piedras preciosas a los trolos en vez de tratar de escabullirse. Es tan sutil como una chicharra, ¿sabes?
- ¡Oye! – escucharon el murmullo debajo de la carreta.
- ¿Leyb? – dijo Devon haciendo el esfuerzo por acercarse al origen del ruido. Ambos hablaban en voz bajita.
- ¿Quién es el crítico? – escuchó a Leyb. Los trolos no parecían notar su presencia. Tal vez olieran “la pestilencia de ángel” pero como ya traían a uno en la jaula…
- Se llama Tasha. Oye, ¿Irasumi está bien?
- La dejé con el centauro.
- ¿¡Bestia, animal – cómo se te ocurre!? ¡Se la puede comer!
- Los centauros no comen caaarneee – cantó Tasha haciéndose el dormido.
- ¡Tú cállate que contigo no es la bronca! – dijo Devon.
- El centauro está dormido y le dejé a Irasumi las armas…
- Ay si, el arco sin flechas…
- Que puede usar como garrote, ¿eeeh? Bueno, te vengo a sacar y todavía me tratas mal, ¿quién te entiende? Si quieres aquí te dejo con el hocicón que tienes al lado…
- No, no…ya…
- Si quieren, puedo hacerme cargo de los trolos. – dijo Tasha incorporándose. Devon y Leyb permanecieron en silencio – Pudiera deshacerme de ellos, nos quedamos con la carreta y sería un mejor sistema de transporte… eventualmente vendemos la carreta, vendemos las bestias y así podremos viajar sin preocupaciones económicas.
- Eso de “nosotros” ya sonó a montón – dijo Leyb desconfiado.
- ¿Y nosotros qué ganamos con dejarlo ir? – dijo Leyb.
- Puedo ser su escolta – dijo Tasha casi al instante. En su voz ya se notaba el surgir de la emoción – Soy bueno con la espada y el arco. ¿Mencionaron que tienen un arco sin flechas? ¡Diantres! ¡Yo puedo hacer las flechas!
- Tal vez no sea mala la idea – dijo Devon – Y si lo matan primero, al menos no es una gran pérdida.
- Escucha al gruñón – dijo Tasha – Las llaves las traen los trolos…
- ¿Las llaves? – escuchó la voz de Leyb, prácticamente jactándose de sus talentos malandrines – Yo no necesito llaves para hacer esto…
- Es cierto – dijo Devon casi avergonzado – Este es un malandro hecho y derecho.
Cuidándose de los trolos, Leyb salió de su escondite y extrajo un par de llavecitas extrañas de su zapato. Con precisión de relojero suizo, comenzó a picarle a los cerrojos del candando, mofándose de la simpleza que aquello representaba y recordando que en el instituto, era prácticamente una hazaña de esas merecedoras de diploma entre las institutrices cuando se trataba de encerrarlo en una habitación para que no hiciera más destrozos.
- Nomás una pudo, y eso porque le tuve lástima a la pobre…

Con un “clack”, el candado cedió ante los esfuerzos de Leyb y Tasha, con cuidadosa agilidad, salió de la jaula. Por alguna rara circunstancia no estaba atado como lo estaba Devon, por lo que se pudo deslizar hasta donde estaban los trolos. Era asombroso el verlo moverse, silencioso como las sombras, con la mirada de un predador que asecha a su presa. Mientras tanto, Leyb comenzaba a trabajar con el candado de su hermano, quien desesperadamente levantaba el cuello para ver lo que pasaba al escuchar los gritos y el relajo de los trolos.

- ¡Cuéntame lo que pasa! – exclamaba.
- Es un espectáculo grotesco, de verdad – dijo Leyb con angustia.
- ¿Por qué?
- Se los está comiendo…
- ¡EIU!

Leyb entró a la jaula junto con su hermano y se puso a deshacer los nudos antes de que escucharan el sonido de una daga golpeando el piso de la jaula. Al levantar la mirada, vieron a Tasha, limpiándose la sangre de los labios y con una cara de satisfacción que no podía con ella.

- Va a ser mas fácil con eso – dijo haciendo señas hacia el artefacto.

Eran los únicos en las jaulas de las carretas. Al acercarse al lugar del fuego, aquello estaba lleno de sangre, pedazos de trolo y bestias atadas que trataban de salir huyendo. Tasha se acerco a ellas y comenzó a entonar una melodía que poco a poco las fue calmando. Leyb trono los dedos con entusiasmo.

- ¡Es una sirena! – exclamó.
- ¿Una qué?
- Una sirena… bueno, tritón o como se llame…
- Nereida – dijo Tasha dirigiéndose a la carreta – ustedes dos traten de enganchar a los animales mientras yo me deshago de las jaulas.

No tardaron mucho en hacer lo que debían de hacer. Escucharon los ruidos de los animales que, atraídos por el olor de la sangre, se acercaban para echarse el taco. Sin embargo, el siseo que Tasha hacia al verlos acercarse a ellos los mantenía alejados. Leyb sí pudo recortar bien a aquella nereida. Era delgado, no muy alto, de cabello corto de color verde marino y piel blanca. Tenía membranas entre los dedos y afiladas uñas que al parecer cortaban como cuchillos. Sus dientes eran afilados (se le notaban al hablar) y su rostro en si tenía rasgos afeminados, pero su porte le recordaba a los guerreros que vigilaban las calles de Phoeb, valiente y orgulloso. Fue él quien tomo las riendas de las bestias y las hizo moverse una vez que las jaulas estuvieron desenganchadas y los dos chiquillos trepados en el cajón. Leyb le dijo hacia dónde dirigirse pero al parecer Tasha se movía como por instinto.

- ¿Y qué hace una nereida fuera del mar? – pregunto Devon por fin.
- Quiero llegar al Templo de Sev – dijo el otro con una sonrisa.
- ¿El que está en Ciudad Divina? – pregunto Leyb.
- El mismo. Quiero retar al Maestro del Templo. Para eso, conseguí un amuleto que me permite estar fuera del agua por largos periodos de tiempo. Debo admitir, necesito llegar a ese lago…
- Nosotros vamos a la Ciudad Música – dijo Devon de pronto – puedes acompañarnos si quieres.
- Siempre es mejor viajar en grupo – dijo Tasha.
- Y es útil tener a alguien que sepa hacer flechas y se vaya de cacería de vez en cuando – dijo Leyb – como que ya no me gusta la mermelada.

La vereda que conduce por el camino de las cordilleras era inclinado y estrecho por lo que era un verdadero dolor de cabeza tratar de pasar la carreta por ahí. Al final, decidieron que lo mejor era cargar a las bestias con lo necesario y mejor seguir a pie. De vez en cuando, los chicos se cansaban y entonces eran auxiliados por Beau, quien prácticamente se mantenía en silencio. El que era un verdadero parlanchín era Tasha, quien se mantenía peleando con Devon por cualquier tontería. Leyb disfrutaba de estas peleas, en donde usualmente Devon terminaba cruzado de brazos y la trompa levantada por el resto del camino, leyendo el libro que su madre le había dejado (para su buena suerte había cargado con un par extra de anteojos en la bolsa mágica. De hecho, el regreso al lado de Irasumi y de Beau no pudo haber sido un momento más mágico, pues los tres hermanos terminaron abrazados a moco tendido y dormidos así). Irasumi platicaba con Beau acerca de unicornios y de cosas de niñas mientras el centauro parecía escucharla pacientemente. Si se cansaba, la trepaba en su lomo y así seguía. Alguna vez Tasha quiso sacarle pleito a ella, pero la caraja mocosa ponía sus ojitos de perrito perdido y era Tasha el que terminaba pidiéndole perdón por cosas que ni siquiera sabía.

La plática con Tasha se rodeaba del significado del Templo de Sev. Este era un legendario lugar ubicado en la zona Este de Ciudad Divina, un lugar que era como que la ciudad hermana de la Ciudad Música. En esta ciudad habitaban principalmente los Ángeles Divinos, comandados por Nocturno, el llamado “Ángel de la Noche”, quien se decía era gobernante de esta ciudad. Total, que el Templo de Sev era un templo dedicado a la deidad nocturna y el encargado de este templo era un guerrero al que todos llamaban “El Gran Maestro” porque tenía la fama de que nadie había podido derrotarlo en combate (curiosamente no se trataba de Nocturno). Su figura de piedra adornaba el centro del campo de pelea del Templo de Sev, y para despertarlo había que realizar un tributo de sangre (uno muy sagrado y muy especial de acuerdo a lo que Tasha les dijo) durante los periodos altos de la luna azul (algo que tenía que ver con la danza al desnudo de tres vírgenes y al parecer el sacrificio de una gallina en un círculo escupido con licor también estaba involucrado).

- ¿Y para qué quieres la espada? – preguntó Beau. Era de noche y estaban sentados alrededor de una fogata dentro de una de las cuevas que abundaban en la cordillera. Los chiquillos parecían fascinados con la historia de la gallina decapitada.
- Para liberar a mi tribu de las garras de Kendra – dijo en tono oscuro y serio.
- ¿Kendra? – preguntó Irasumi apretando el oso. El solo nombre le daba escalofríos.
- Es uno de los trece demonios de la Legión Oscura; domina los mares y tiene bajo su control a varias tribus de nereidas.
- ¿Eres así como que su jefe o algo parecido?
- Algo parecido – dijo Tasha atizando el fuego. De su cuello colgaba un pequeño morralito que llamó la atención de Irasumi. Asumió que eso era el amuleto que le habían dicho (que permitía que Tasha pudiera andar en tierra firme por largos periodos de tiempo) y le entró una gran curiosidad por saber lo que tenía y quién se lo había dado.
- Bueno, y el llegar al templo de Sev te va a dar la oportunidad de obtener la espada esta… ¿cómo? – preguntó Leyb.
- Se dice que si derrotas al Gran Maestro del templo, este te concede un deseo. Y si logro derrotarlo, le pediré que me de la espada.
- Y luego, ¿con esa espada vas a derrotar a Kendra?
- La espada de Wayland tiene el poder de ayudar en cualquier misión de bondad, pureza y justicia. Es la espada de la luz y la verdad, no veo por qué no pueda ayudarme en mi tarea.
- ¿Y vas a ayudar a todas esas tribus bajo el yugo de Kendra?
- ¡Pshah! – espitó Tasha – A mí qué me importan las demás, me importa la mía…
- ¿Sabes? – dijo Leyb a Devon – Creo que el famoso maestro ese no va a tener problemas en patear el trasero de este – y con esto hizo que su hermano riera animosamente.
- ¿Y ustedes a qué van a la ciudad Música? – preguntó Tasha.
- A pedir un perdón – dijo Beau rápidamente.
- ¿Un perdón? – preguntó Devon. Irasumi suspiró y rodó sus ojos.
- Cuéntales lo que me platicaste a mí – dijo. Beau aclaró su garganta y prosiguió de manera muy casual su relato:
- Resulta que soy un ángel, ¿no? Y el caso es que un día se me ocurrió irme de rebelde, ustedes saben, es uno joven y estúpido y se cree que es la mamá de todos los pollitos y cuanta madre. Total que me voy con un grupo de demonios musicales que no precisamente estaban con Itzy-Ky, pero que nomás andaban ahí, armando el desmadre. Total que en una de esas se nos ocurre irnos a poner bien jarras allá en la Tierra porque uno de nuestros camaradas tenía un amigo que era del grupo de cazadores que estaban moviéndose con Rati, ¿no? Y pos allá vamos, de tarugos, y se nos ocurre la estúpida idea de ir a sacarle broncas a unos tipos que estaban sentados del otro lado del negocio, nomás de bules que éramos, pst éramos quince contra tres, ¿no? Total que para hacer corta una historia de persecución… larga… realmente inaudita en donde a todos nos partieron nuestra respectiva mandarina en gajos, resulta que yo termino en Karakorum, desnudo y con una maldición encima. La única manera en que yo pueda regresar a ser ángel es que la Reina Música me perdone y pueda romper el hechizo… o al menos esa es mi esperanza – (Insertar los grillitos y las miradas de “sigue sonriendo, así, muy bien, hazle caso al centauro sicótico que tienes enfrente” de todos los demás) Al ver el silencio imperante de sus compañeros de viaje, se apresuró a decir – pero no soy demonio ni nada de eso. Yo no le entré a eso de los sacrificios ni de beber sangre de nadie… Nomás me juntaba con ellos de vez en cuando.
- ¡Guao! – rió Leyb – ¡Me cae que esas sí son estupideces no chingaderas!
- ¿Y quiénes eran los tipos? – preguntó Tasha. Beau se encogió de hombros.
- No tuvimos tiempo ni de preguntarles. Yo me escapé de puritito milagro, nomás con esto de ser centauro encima. Y como ya lo dije, espero que la Reina pueda ayudarme. Realmente no quiero pasar el resto de mi vida así.
- Abogaremos por ti – dijo Irasumi toda solidaria.
- ¿De qué orden eres? – preguntó Devon. Beau lo miró extrañado – Todos los ángeles musicales tienen una orden, ¿no? ¿De cuál eres tú?
- De los de Rock – dijo el otro analizando la cara del chiquillo como quien ve de reojo a alguien que sabe más de lo que aparenta saber – Pero somos una rama tan pequeña que así como que nadie nos toma en cuenta… hasta que nos metemos en problemas, entonces sí todo el mundo vocifera nuestra presencia.
- ¿De cuál rama? – preguntó Leyb completamente interesando. Beau ahora los miraba alternativamente pues tenía a un niño a cada lado. Ambos tenían prácticamente una sonrisa de mazorca (una cara de pingo que no podían con ella).
- Blu-Blu-Blue-es – tartamudeó el centauro nervioso.
- ¿Y Rag era su comandante? – preguntó Devon. El centauro se quedó boquiabierto.
- ¿¡Y tú cómo sabes eso!?
- ¡Rag era divertido! – rió Leyb – Psicótico, pero divertido.
- ¿Quién es Rag? – preguntó Irasumi.
- Rag era comandante de la liga del Blues – dijo Devon – Tiene déficit de atención, por eso le entra a todo.
- ¿¡Y tú cómo sabes eso!? – chilló Beau nuevamente. Leyb y Devon se vieron mutuamente y con un movimiento de cabeza por parte de uno, el otro dijo:
- Porque nosotros vivimos en esa ciudad…
- En nuestra vida pasada – finalizó el hermano.
- ¿Son reencarnaciones? – preguntó Tasha quien hasta ese momento no había prestado interés alguno en la conversación con el centauro. Estaba usando unas rocas para sacar punta a unas ramas y hacer de ellas unas flechas medio decentes.
- Malas reencarnaciones – dijo Leyb casi resignado – No pudimos regresar con nuestra antigua magia.
- Nos acordamos de muchas cosas – dijo el hermano – pero de ahí en más, somos como banderas bajo el agua.
- Nuestro karma hizo que hasta eso, nuestro padre fuera el mismo.
- ¿Qué cara crees que nos vaya a poner?
- No sé… Pero ten por seguro de que el que se va a infartar es mi tío Heavy, ya ves que es bien teatrero…
- ¿Son parientes de Heavy Metal? – preguntaron Beau y Tasha al mismo tiempo. Luego, sorprendidos mutuamente, exclamaron viéndose - ¡¿Lo conoces?! ¡Claro! ¡Me debe dinero! (risas)
- Bueno – dijo Irasumi entre las carcajadas de los otros dos – Eso explica muchos de sus delirios.
- Espera, espera – dijo Beau - ¿”Tío Heavy”? ¿Quieren decir que su padre es… Litch Rock?
- No, el otro – dijo Devon.
- ¿Aik? – dijo Tasha en tono serio - ¿Aik Rock?
- El mismo – dijo Devon como tentando el terreno. Tasha y Beau se vieron mutuamente.
- Y yo pensaba que yo tenía problemas – dijo Beau y en su voz se notaba un aire de “¡pobres!”.
- ¿Por qué? – preguntó Leyb. Y por la forma en que lo dijo, Devon sintió que su hermano comenzaba a tener el mismo mal presentimiento.

0 comments:

Post a Comment

Siguiente Anterior Inicio

Memories