Mariana
Del libro "De la Luna y Otros Vicios"
Cuenta mi familia que cuando mi tía
Berta estaba encinta, un eclipse de luna hizo que la criatura diera diez
volteretas en su vientre y naciera muchos soles antes de lo previsto, con la
piel tan blanca como la harina de los panes y los ojos tan claros como el agua.
De niña, Mariana solía correr por el patio de la vieja casa, con listones de
colores amarrados al cuerpo, pretendiendo ser un pájaro de fuego, inundándose
de noche cada vez que la luna la llamaba.
¡Pobre tía Berta! ¡Quién sabe cuántos
doctores le recomendaban las vecinas! ¡Perdieron la cuenta de todos los
curanderos que la visitaban cada semana! Lo cierto es que mi tía se llevaba el
Jesús a la boca cuando escuchaba jugar a Mariana al té con sus platos y tazas
de barro moldeado, porque platicaba en varios idiomas que en su vida había
escuchado con suculenta fluidez. “¿Cómo está usted, Señor Miguel? Hace mucho
tiempo que no me visitaba…”, “¡Buenos días, joven Umbriel! Dígame, ¿qué ha sido
de usted?”, “Por favor, pase usted y siéntese joven Lucifer, cuénteme, ¿en qué
puedo servirle el día de hoy?”. Y así pasaba las horas, escuchando y dando
consejos a los celestes que la visitaban día con día en el fresco del jardín,
hasta que mi tía – a gritos y sombrerazos – la llamaba.
Pero Mariana era cambiante – dice mi tía
Pepa – porque como nació en la luna, con ella nunca se sabía. A veces lloraba
horas y horas, nomás porque una mosca se moría. Otras, se la pasaba meciéndose,
viendo por la ventana y sonriendo a los fantasmas que pasaban frente a la casa.
Hubo una vez en que casi incendia la casa, pretendiendo estar de safari,
perdida en los rincones ocultos de su amada y desconocida África.
¡Quién sabe cuánto le platicaba a sus
muñecas! Lo cierto es que todas le contestaban en idiomas diferentes, pues de
todas las nacionalidades albergaba: esa, la de pelos rizados, es americana.
Aquella, la de negro, es checoslovaca. La otra, la de ojitos verdes, es
noruega, y detrás de ella se esconde la rusa, con su traje de escarlata. Por
acá anda la francesa, con todo y perro con birrete. Pero esta, la más bonita (y
a la que todas le tienen envidia) es gitana, con panderos y enormes aretes.
Dicen que cuando murió, su alma tenía
más de 2500 años de antigüedad. Que el cielo bañó a la tierra con lluvia tan
fresca, que hizo que los maizales se dieran hasta en las nevadas. Pero no les
creo. Si les creyera, no habría forma de explicarles que Mariana sigue viva, en
mi casa. ¡Es cierto! ¡Toma el té y se baña de luna, la muy descarada! Con sus
amigos, visita a mi hija la pequeña y se ponen a charlar con todas las muñecas
de porcelana.
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