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El Lugar de Todas las Cosas Salvajes --- 5

V
La Historia Entre el Hada y el Fauno


Las ninfas miraban de reojo las acciones del fauno. Como que le tenían miedo, porque ninguna se atrevía a moverse o a respirar siquiera cuando escuchaban los ligeros gruñidos que el fauno despedía cuando respiraba y estaba de un “humor de los mil diablos” y tenía en los ojos esa mirada de “toro loco”.

Era una relación amor-odio entre las ninfas y su fauno. De todos es conocido que a las ninfas les gusta jugar entre los árboles, sentarse en los ríos a peinar sus largos cabellos y ser perseguidas por el fauno, pretendiendo tenerle miedo pero en realidad se ríen y se dejan atrapar para ser consentidas por su criatura favorita. Pero entonces hay días en que el fauno anda de genio (como hoy) y las trata feo, les dice de cosas y optan por dejarlo solo. El fauno, por su parte, tiene la obligación de proteger al bosque y gusta de tocar melodías en su flauta para hacer que las ninfas bailen a la luz de la luna. Otros faunos han venido a retarlo desde lugares muy lejanos y todos han sido vencidos por la gran astucia que este fauno (con sus cuernos de cordero que adornan su cabeza como laureles del César) tiene. Es fuerte, veloz y muy inteligente; sabe de muchas plantas, sabe leer en varios idiomas y en las noches de luna dormida se esconde, su música se envuelve en silencio y entonces las ninfas lo extrañan. Lo llenan de besos cuando vuelve y de nuevo empieza el juego. No tiene problema alguno con ninguna de las criaturas del bosque, excepto en esos días (como hoy) en donde su genio parece dominarlo y es como estar viendo al demonio que todos llevamos dentro llevado a la décima potencia.

Sin embargo hoy ellas saben que el fauno tal vez haya llegado demasiado lejos. En su afán por proteger a los unicornios del bosque (en la semana ya habían encontrado a dos de ellos – dos hembras para ser exactos – muertos y con esos dos ya eran diez los unicornios muertos en lo que iba del año) había colocado una trampa que le avisaría cuando uno de los cazadores de unicornios se acercara a uno: un hechizo que haría un espejismo que atraería a quien fuera que estuviera atrayendo a los unicornios a su muerte y al parecer había sido una chiquilla la que había caído. El fauno la había traído a la cueva que se encontraba a las orillas altas del río que cruzaba el bosque para ponerla dentro de una jaula y “hacer de ella un ejemplo”… entre lo que había mencionado entre dientes era que iba a cortar su cabeza y ponerla en una estaca.

Eso no estaba bien. Las ninfas tenían muchas cosas contra los humanos, pero aún así entre atacar a un humano adulto (con todos sus vicios) y a una niña había un abismo de diferencia. El fauno sabía que las ninfas observaban a distancia e inmediatamente les hizo una clara advertencia de que ellas también saldrían perjudicadas si se atrevían a defender a “esa asesina de unicornios”. Entonces, las ninfas decidieron tomar acción y acudir a la única otra criatura que habían visto que el fauno respetaba (a regañadientes, pero la respetaba).

El fauno pateo la jaula varias veces con sus pezuñas gritando, “¡Despierta, madeja de inmundicia, despierta!” a lo que Irasumi comenzó a despertar. Lo primero que sintió fue el ardor del golpe y luego supo que se encontraba en una jaula y que un fauno la miraba muy feo desde afuera. Ella gritó y el fauno hizo mofa de su grito.

- ¡Grita todo lo que quieras, que nadie te va a oír! – fue el bramido de amenaza que dijo el fauno.
- ¿Quién eres tú? – preguntó Irasumi sin saber realmente qué decir. La voz le temblaba del miedo y realmente sintió como que el fauno estaba dispuesto a comérsela por la forma en que la miraba.
- Tu justiciero, asesina de unicornios. Vas a morir por tus crímenes aquí y ahora – dijo el fauno sacando un cuchillo.
- ¿Asesina de unicornios? – Irasumi comenzó a llorar. La sola idea de ser acusada de algo tan atroz la abrumaba – ¡Yo no maté a ninguno! ¡Lo juro!
- ¿Creíste que con tu carita de inocencia ibas a conmoverme? ¡Guárdate esas lagrimitas para alguien que le importe! ¡Voy a cortarte la cabeza y la voy a poner en una estaca para que TODOS sepan lo que pasará con ellos si vuelven a poner UN SOLO PIE en este bosque!
- ¡NO!

El fauno estaba por abrir la jaula cuando algo se lo impidió. La puerta no se abría, por más que quiso hacerla abrir. Casi rugiendo, miró para todos lados, buscando algo entre el bosque – algo o… alguien.

- No tengas miedo de este fauno apestoso, corajudo y rencoroso – dijo una voz. El fauno levantó la mirada a uno de los árboles. Irasumi (entre sollozos y pujidos) hizo lo mismo. En una de las ramas estaba recargado un joven apuesto de cabello color miel y que vestía una camisa de mangas largas y pantalones de color oscuro. Pendían de su cabello algunos adornos hechos de piedras preciosas y plumas. Entre sus manos jugaba con una ramita retorcida mientras sonreía de manera burlona. El fauno arrastró sus patas traseras. Se miraba furioso.
- ¿Qué carajos haces tú aquí? – dijo.
- No puedo permitir que lastimes a una niña, fauno apestoso – dijo el muchacho.
- Ella es mi prisionera…
- Sigue siendo sólo una niña. ¿Por qué no te enfrentas con alguien de tu talla? Estoy seguro de que el centauro que la acompaña estará más que dispuesto a darte una muy buena lección en buenos modales.
- ¿Centauro? – el fauno rió - ¡Hace siglos que ninguno se atreve siquiera a pastar por estos lados! Ahora, recoge tus alitas de pariposita (porque ni a mariposa llegan), tu trajecito tutú y lárgate de una buena vez, que nadie te invitó a esta fiesta.

El muchacho bajó del árbol y cayó de pie frente al fauno. Por la actitud que tomaba, Irasumi pudo adivinar que no le tenía ni el más absoluto miedo (ni respeto en ese caso).

- ¿Sabes lo que me retuerce? – dijo el muchacho fastidiado – Que sigas con la absurda idea de que este bosque te pertenece. Que te quede bien claro, fauno de pacotilla: ESTE BOSQUE, ¿eeh? Es MIO. Tú estás aquí porque YO te dejo estar aquí. El día en que me de LA REGALADA GANA (le tronó los dedos) te vas, así de fácil. Ahora, si YO digo que esta niña sale libre, con una disculpa y hasta con una reverencia de tu parte… ¡DEMONIOS! SI SE ME PEGA LA GANA DE QUE LE DES UN BESITO DE LAS BUENAS NOCHES A SU OSO (gritó mostrando al oso de peluche. Irasumi respiró aliviada de ver que al menos Pepe estaba bien)…ella se va. ¿Entendemos tu posición ahora?

El fauno avanzó hasta quedar prácticamente respirando en la cara del muchacho. El fauno era un poco más alto que el joven, pero ni eso lo intimidó (pero si las miradas mataran…).

- Si tanto te fastidia, ¿por qué no te buscas otro fauno entonces?
- Porque el corralito en donde te voy a meter todavía no está listo, chivita.

El fauno apretó los dientes y los puños. Fue entonces cuando Irasumi vio que las ninfas abrían la jaula y le hacían señales de que las siguiera. Irasumi movió frenéticamente la cabeza; temía que el fauno realmente cumpliera su amenaza y terminara siendo adorno para los cuervos en alguna orilla del bosque.

- Vete con las ninfas, criatura – dijo el muchacho sin quitarle la vista al fauno, quien hasta ese momento no se había dado cuenta de lo que pasaba – ese fauno apestoso y yo tenemos asuntos pendientes que resolver.

¿Quién era ella para negarse a semejante propuesta?

El fauno quiso moverse rápido para evitar que las ninfas se llevaran a Irasumi, pero el muchacho se puso en su camino. Las ninfas e Irasumi desaparecieron poco después; se escondieron entre el bosque (como todas las ninfas lo saben hacer) y quedaron lo suficientemente cerca para escuchar y ver lo que pasaba. Irasumi tenía miedo, pero era más la ansiedad del chisme que cualquier temor que pudiera sentir en esos momentos.

- ¡Dejen ver! – exclamó acomodándose entre las ninfas.

El fauno estaba furioso (lo podían notar porque las venitas de su frente comenzaron a saltar de manera curiosa). El fuego en su mirada parecía quererse comer al joven que todavía lo miraba en actitud retadora. Quiso hacer un movimiento, pero el muchacho lo apuntó con la varita de árbol que llevaba todavía en su mano izquierda.

- Ni se te ocurra – le dijo amenazador. El fauno retrocedió unos pasos - ¿Bueno, a ti qué carajos te pasa? ¿Digo, en serio, niñas? ¿Qué vas a hacer después, sacrificios de vírgenes y bañarte en su sangre? ¿A eso quieres llegar?
- Estoy haciendo mi trabajo – dijo el fauno entre dientes – Estoy protegiendo a los unicor---
- ¡NO estás protegiendo a NADIE! – gritó el joven enfadado - ¿No lo ves? ¡Buscas cualquier pretexto!
- ¿PRETEXTO PARA QUE? – gritó el fauno. Aquello ya era más bien como un concurso de gritos.
- Para --- ¡NO SE PARA QUE! ¡La mera neta ya ni sé cómo te funciona ese pedacito de MIERDA que tú llamas CEREBRO! – el fauno se dio la media vuelta – ¡DETENTE AHÍ MISMO Y ESCUCHAME BIEN! – el joven gritó a manera de orden. El fauno se detuvo pero no se volvió a ver al otro – ¡No sé qué carajos te está pasando, pero tienes que detenerlo AHORA antes de que te hagas más daño! ¡Ibas a asesinar a una criatura inocente, carajo!

El fauno no dijo nada, simplemente se fue. El muchacho respiró profundamente y se restregó la cara con su mano libre. “Me cae… me cae que ya le hubiera torcido toditito el pescuezo si no te hubiera prometido no hacerlo…” dijo para sí. Luego, dirigiendo su mirada al árbol en donde estaban escondidas, dijo:

- Ya se fue, bola de chismosas…

Las ninfas e Irasumi salieron del árbol (aquel espectáculo era como ver un carrito pequeño de donde salen como diez o veinte payasos). Las ninfas se miraban preocupadas.

- No les va a hacer nada – dijo el muchacho a manera de consuelo y esto pareció dar resultado pues poco a poco comenzaron a irse hasta dejarlos solos. Luego, dirigiéndose a Irasumi – Usted disculpará, madmoaselle, pero tenemos un fauno que a pesar de que es bueno en lo que hace, algunas veces se le bota la canica. – tomó su mano y la besó de una manera muy caballerosa – Paris Alejandro, a sus órdenes.
- Irasumi, gracias – dijo ella riendo nerviosamente y poniéndose de todos colores – Yo no maté al unicornio…
- Lo sé, créame que lo sé; – dijo Paris poniéndose en cuclillas para estar a su misma altura – soy, después de todo, un hada.
- ¿Un hada?
- Por supuesto. ¿Qué no escuchó lo del traje tutú y mis alitas de mariposa? – dijo Paris haciendo un guiño. Irasumi rió - ¡Eso! – exclamó Paris alentador - ¡Tiene usted una sonrisa encantadora! Por solo ese motivo me inclino a concederos un deseo.
- ¡Un deseo! – exclamó Irasumi con entusiasmo. En sus libros de cuentos, las princesas siempre tenían un animalito que hablaba y un hada madrina la que les concedía un deseo que eventualmente las llevaba por el camino de la felicidad. El simple hecho de pensar que un hada (que si bien no era madrina, seguía siendo hada) estuviera dispuesta (¿O sería más apropiado decir que “estuviera dispuesto”? Usted decida) a cumplirle a ella (una DON NADIE; una completa y absoluta ANONIMA del mundo) un deseo era algo así como que vio a un unicornio y todo eso. Por eso, cuando el hada le dijo esto, miles de cosas pasaron por su mente. Primero pasó que quería un vestido nuevo y un juego de té, pero luego como que la liga regresó a su estado original y dijo – Mis hermanos, mis amigos y yo… (en este punto recordó que en sus libros de cuentos TODAS las princesas habían dicho correctamente las palabras mágicas) Quiero decir, deseo (¡Eso! Deseo) que mis amigos, mis hermanos y yo estemos en la Ciudad Música… todos juntos.
- Ese es un deseo muy específico – dijo Paris luego de analizarlo unos momentos - ¿Puedo preguntar para qué quieren llegar a la Ciudad Música?
- Es una historia muy larga – dijo Irasumi ya ansiosa por ver las estrellitas que salían de las varitas de todas las hadas – pero básicamente vamos a conocer a la familia.
- Bien… - dijo Paris poniéndose de pie – entonces que así sea – con esto, tronó los dedos y de pronto, Irasumi se vio a sí misma en medio del jardín trasero de una casa al lado de sus hermanos, Beau y Tasha (quienes al parecer la habían estado buscando porque estaban todavía de pie, sin prueba alguna de que hubiesen estado en el campamento), todos viendo a su alrededor bastante sorprendidos… bueno, todos excepto Irasumi, quien más bien se miraba bastante decepcionada.
- ¿Qué rayos pasó? – dijo Beau y viendo a Irasumi - ¡Irasumi!
- ¿Qué pasó? – preguntó Leyb y al verle la cara golpeada exclamó - ¿¡QUE TE PASO!?
- Nada – dijo Irasumi cruzándose de brazos y hurgando la nariz a la vez que Leyb y Devon se acercaban a ella para ver el santo fregadazo que lucía en su mejilla derecha – que yo quería ver las estrellitas…

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