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Love Potion No. 9 --- 4

Episodio 4: La Guerra


El festival sería inaugurado en la noche siguiente y prácticamente de la pura emoción poca era la gente que podía dormir. En el caso de Adagio, sin embargo, lo que la despertó fue la sensación de ser observada. Prendió una vela para ver qué era aquello, la sombra parada en la esquina de su cuarto, con algo muy largo entre sus manos. Casi se muere del infarto, aventó la vela (casi causa un incendio) y pegó tremendo grito al ver a Réquiem ahí, con su vestimenta de muerte, hoz y toda la cosa. Guardias entraron inmediatamente pensando que se trataba de un ataque a la princesa. Apagaron rápidamente la pequeña fogata en el piso, pero al no ver nada ahí (no podían ver a Réquiem ahí parado) y ante la insistencia de Adagio, optaron por aceptar que se había tratado de un mal sueño, aún cuando la vela casi incendia la cama y Adagio hizo todo lo posible por que aquello no se fuera a mayores. De cualquier manera, Adagio sabía que su madre sería informada, por lo que quiso que Réquiem se fuera de ahí rápidamente.

- Lástima – dijo Réquiem decepcionado – pensaba matarte del susto.
- ¿¡Estás demente o qué te pasa!? – gritó/susurró Adagio fuera de sí, manoteando al viento.
- Estoy demente... dementemente enamorado de ti – dijo Réquiem acercándose (Adagio se retiró el paso o dos que Réquiem tomó hacia ella) – y no hay acto de amor más hermoso que el de la muerte misma.
- Prefiero el odio de la vida, gracias.
- Dame un beso – dijo Réquiem colocando su hoz sobre la cama y avanzando casi correteando a Adagio por la habitación.
- ¡No! – la otra se alejaba - ¡Vete! ¡Shoo! ¡Mi madre estará aquí en cualquier momento!
- Vamos, sólo uno y te prometo dejarte en paz... Descansarás en paz, eternamente, lo prometo.
- ¡No y no! Vete de aquí, Réquiem, o le vuelvo a gritar a los guardias.
- Llámalos. Ellos no me verán y pensarán que estás pasando por un episodio psicótico. Te juzgarán loca, te enviarán al hospital mental en donde (oh, divino romance) probablemente me enloquezcas todavía más con tus pensamientos de suicidio. Te he de confesar que no me voy a hacer del rogar en cumplirlos, y al contrario, te concederé la muerte con el solo fin de tenerte a mi lado. Celebraremos nuestras bodas negras y toda la cosa.
- ¡Eres un enfermo!
- De amor por ti y esos ojos que han vuelto loco.
- ¡Réquiem, te lo advierto! ¡Si no te vas en estos momentos, le diré a mi padre que te otorgue el honor de ser el que reciba a los bebés en el hospital!
- ¡No harías semejante cosa tan horrible! – exclamó Réquiem temiendo el pensamiento. Adagio se cruzó de brazos - ¡Está bien! Me iré... pero estaré cerca de ti para escucharte respirar, divina Adagio.

Con un guiño, Réquiem desapareció junto con su hoz justo cuando la Reina y su comitiva irrumpían en la habitación, asustada porque aparentemente le habían dicho que había habido un gran incendio en la habitación de su hija.

Del otro lado de la ciudad, la brisa entraba por la ventana de Irasumi y ésta, medio dormida, se levantó para cerrar la ventana. No gritó, pero sí se espantó al ver a Arhes ahí, como su gárgola personal, trepado en el árbol que daba sombra a su ventana (que estaba en el segundo piso de la casa) completamente de carne y hueso (por lo que la toga se volaba con el viento dejando muy poco a la imaginación).

- Buenas noches. – saludó el otro con voz casi sensual – No quise despertarte, pero te veías tan linda dormida que no pude resistir la tentación y quise ver si el viento volaba tu cabello de manera poética.
- Arhes, te puedo ver hasta el uy-yu-yui con esa toga.
- Entonces mi plan para seducirte está funcionando – Arhes movió las cejas de manera traviesa - ¿Te gusta? Me la puedo quitar si quieres.
- ¡Oh por Dios! – Irasumi se cubrió la cara poniéndose de todos colores. Arhes rió.
- Imagina que gritas eso, en medio de un orgasmo.
- Arhes, cállate... Estás diciendo puras sandeces.
- Me incitas a decirlas.
- Yo no incito a nadie a hacer nada.
- Al contrario, me has incitado solamente pensamientos nefastamente pecaminosos desde esta tarde.
- ¡Madrecita santa!

Mientras tanto, abajo, escabulléndose por la puerta de la cocina, dos sombras trataban de hacer el menor ruido posible cuando...

- ¡Oye! ¡No te detengas sin avisar, vas a despertar a mi apá y entonces sí que se nos arma! – Leyb susurró. Heavy estaba de pie, viendo hacia arriba - ¿Qué ves? – dijo el otro volteando. Se quedó con la boca abierta al ver, desde el ángulo de una hormiga, a Arhes trepado en el árbol - ¿Eso es Arhes? – dijo.
- Y está platicando con tu hermana a altas horas de la noche... usando una toga muuuuy suelta.
- ¡Yo lo mato! – exclamó Leyb chocando un puño contra su mano.
- Pero ira qué cabrona – Heavy se cruzó de brazos sin dejar de ver la escena - ¡Anda de voladita con el Arhes! ¡Bien podría ser --- tu tatarabuelo!
- ¡Cabrón rabo-verde, yo lo mato! – Leyb ya estaba dispuesto a ir, cuando escucharon ruidos de la cocina. Ambos se escondieron y Aik abrió la puerta para ver qué eran los ruidos que lo habían despertado. Luego, escuchó risas y volteó hacia arriba.
- ¿Ves eso? – dijo Heavy a Leyb señalando a Aik desde su escondite – Esa es la cara de un ángel que está a punto de convertirse en demonio por demarrar la sangre de otro ángel.
- O que le va a dar el patatiús, lo que venga primero.
- ¿Con la edad de tu padre?
- ¡IRASUMI! – gritó Aik. Arhes se volvió justo cuando Aik, sin darle tiempo, se le lanzó como fiera tomando impulso desde donde estaba y empujando a Arhes al impacto. Ambos cayeron al jardín entre el alboroto de Heavy, Leyb e Irasumi (quien bajó las escaleras corriendo). Aik y Arhes rodaban por el piso, entre gruñidos, desplumadero padre y gritos - ¡¿QUE CREES QUE HACES CON MI HIJA, BASTARDO?! (plumitas volando por todos lados)
- ¡ESTABAMOS PLATICANDO, AIK CONTROLATE!
- “PLATICANDO”, “PLATICANDO” ¡MANGOS! ¡YA CONOZCO TUS “PLATICANDO”!
Heavy y Leyb separaron a Aik de Arhes. Irasumi salió.
- ¡Papá!
- ¡USTE METASE PA’LA CASA QUE AHORITA LE VOY A DAR SUS MANDARRIATES, PERFIDA DESCARADA! – exclamó Aik señalando a Irasumi.
- ¡Oye!
- Aik, mira, no es lo que estás pensando... – dijo Ahres. Aik lo vio – bueno, tal vez sí lo sea, pero te juro que ni siquiera la he tocado... que ganas no me faltan, porque está bien guenota la chamaca, felicidades por cierto, se ve que le pusiste empeño y lujuria cuando la hiciste.
- ¡DESGRA--¡ - Aik se le iba a lanzar nuevamente pero Heavy lo detuvo.
- No estás ayudando a tu causa – dijo Heavy tratando de contener a Aik.
- Lo siento, pero resulta que estoy enamorado de ella y haré lo que sea con tal de hacerla mi esposa. – dijo Arhes señalando a Irasumi (insertar sonido de un disco que de pronto le quitan la aguja y lo rallan poquito al detenerse. Luego, silencio. Grillitos cantando. Se detiene el tiempo. El infierno se congela. El cielo se pone morado y como que se escuchan los coros angelicales que anuncian la Segunda Venida)
Aik, Heavy, Leyb e Irasumi entraron a la casa sin decir una sola palabra, dejando a Arhes ahí, a medio patio, con clara expresión de duda.
- ¿Dije algo malo?

Irasumi se detuvo y se volteó. Aik, Heavy y Leyb, los tres de brazos cruzados y esperando una explicación.

- Podría explicar esto, pero... – comenzó a decir la chica y apuntando a su tío Heavy y a su hermano, concluyó – el verdadero crimen es que Heavy y Leyb trataban de escabullirse a la casa y huelen al antro de mala muerte al cual tú le prohibiste a Leyb entrar. Creo que aquí hay un grave problema de autoridad y te dejo para que lo resuelvas – se dio la media vuelta y subió a su habitación. Aik se volvió a ver a los otros dos.
- Yo mejor me voy – dijo Leyb – nada bueno puede salir de yo estar aquí en estos momentos. Mañana me regañas – y se fue. Aik entonces se quedó viendo a Heavy.
- No me mires así. – dijo Heavy haciendo mímicas con sus manos – Tú y Litch eran igual. Litch también se escapaba a los bares con Hard y con Rock y llegaban a las frescas de las seis de la madrugada bien jarrotas, ¿eeh? Y por lo de Irasumi, mira, al menos ella morrea y jainea en la decencia de su casa, ¿eeh? Ella no se va a otra dimensión a ser impúdica e indecente, como cierto ángel que yo conozco. Ahora, si me disculpas, tengo sueño. Me voy a dormir en tu sillón.

Muy digno de sí mismo, Heavy se acomodó en el sillón, cerró los ojos y se echó a dormir. Aik gruñó y se dirigió a su habitación pensando en que tal vez Litch tuviera la buena idea de convertirse en demonio y mandar al diablo al resto de la familia.

Devon despertó a la mañana siguiente y bajó las escaleras luego de vestirse y peinarse para verse decente (era bien vanidosillo y fresilla). No se le hizo raro ver a su tío Heavy ahí (roncando y prácticamente desparramado) en el sillón, pero lo que sí se le hizo raro es que no tuviera la “cobijita de a cajón”, lo cual quería decir que algo había pasado. Sin preocuparse mucho de los detalles, abrió la puerta para ir por el pan y casi pegó el grito al ver el mar de rosas ahí acumuladas en la puerta, cada una con su respectiva cartita que decía “a la flor mas bonita de todas”, “a la reina de todos los angeles”, “a la muchacha mas sexy de todas” y hasta una que otra que decía “a la que me provoca mis lujurias”.

Se quedó pensando un rato. Si meter las rosas o no era el dilema. Optó por meter las que pudo y abrirse paso por entre las otras ante la mirada sorprendida de la gente que pasaba por ahí. Un ruido de gemiditos lo hizo volverse hacia la casa y fue cuando se dio cuenta de que habían adornado el techo con un enorme moño rojo y un cachorrito que colgaba de una canastita, la pobre criatura muerta del miedo, llorando y viendo hacia abajo.

- ¡Bendito! - exclamó. Pidió ayuda a los ángeles que pasaban por ahí (y por un momento deseó poder volar, qué pena) para bajar al perrito. El animalito tenía un recadito, “con amor” con letra de muchas de las cartas que estaban regadas por el piso - ¡IRASUMI! - gritó entrando de regreso a la casa, perrito en brazos. El grito despertó a Heavy (de hecho, se cayó del sillón entre el ronquido y el babeo) - ¡IRASUMI! ¡VEN ACA, CONDENADA!

Irasumi bajó, medio dormida.

- ¿Qué pasa? - dijo. Devon le mostró el perrito - ¡Qué lindo! ¿De dónde lo sacaste?
- Estaba colgado, allá afuera ¡junto con todas las pinches cartas que tapan la entrada!
- ¿Cartas? – dijo Irasumi extrañada. Devon le señaló la puerta a la vez que Heavy se levantaba - ¡Santo cielo! – exclamó Irasumi al ver aquello. La escena de la noche anterior hizo que su corazón comenzara a latir a mil por hora (si su padre se enterara...) - ¡Devon! ¡Ayúdame a esconderlas!
- ¿¡Esconderlas!? ¡Como si fuera tan fácil! ¡¿Ya viste cuantas son?! ¡Bloquean la entrada! – Heavy vio aquello y emitió un silbido de “uufaa”. Justo entonces, Aik bajó. Los gritos lo habían espantado y estaba dispuesto a partirle la madre a Arhes con el machete que traía entre sus manos. Al ver la escena se quedó perplejo. Heavy sonrió.
- Bueno... Nos vemos en el festival – y se fue, revoloteando para hacer que las cartas se volaran. Aik se acercó a Devon y a Irasumi casi con mirada de pistola.
- Yo no hice nada ¡lo juro! - exclamó Devon, poniendo al perrito por enfrente.
- A ver, muchachita, me puede explicar ¿por qué viene Arhes a las frescas de la madrugada y esta mañana están todas estas cosas aquí?
- Porque... ¿soy una mujer afortunada? - dijo Irasumi con una sonrisa inocente. Aik se cruzó de brazos. Tal vez fuera la mirada de “no te creo” o el machete que traía en la mano, pero Irasumi sintió lo que todo Rock siente cuando su vida está en verdadero peligro:

Miedo.

- ¿Qué hiciste? - preguntó Devon. El perrito ladró.
- ¡Nada! - dijo Irasumi.
- Irasumi... soy tu hermano, te conozco desde la panza de mi amá, no sabes mentir.
- ¡En serio que nada!
- ¿Interrumpo? - la voz en la puerta dijo. Los tres volvieron su atención a Réquiem, quien estaba muy sonriente ahí, pastel entre sus manos - Pasaba por aquí y pensé que sería buena idea traerle pastel a Irasumi. ¿Gustan pastel de Irasumi? O sea, del pastel, que le traje a Irasumi, no me refería a que si gustaban que Irasumi fuera el pastel...

Aik se acercó y cerró la puerta para luego girarse para encarar a Irasumi.

- ¿Réquiem? - dijo. Irasumi rió nerviosa. De pronto, les llegó el aroma de algo que se quemaba. Abrieron inmediatamente la puerta. La humadera no entraba pues Réquiem puso una barrera que lo impedía, pero sí se llegaba a colar por las ventanas del segundo piso, por lo que Leyb bajó corriendo y gritando “FUEGO! FUE—go?”
Réquiem había juntado todas aquellas cartas (las que todavía estaban fuera de la casa) en un gran pilado y ahora eran una gran fogata frente a la casa. Se volvió hacia la pasmada familia.
- Arhes debe morir – dijo con voz sombría.

A la hora del desayuno, Adagio comenzó a sentir la miradita de su padre, ya sabes, esa miradita que dice “sé que algo hiciste”. Ella siguió como si nada, escuchando la conversación que su madre sostenía con uno de los miembros del gabinete; estaban hablando acerca del festival, que sería inaugurado esa tarde con la presentación de los prodigios de la escuela de Música Clásica, y el nombre de Devon Rock salía a la conversación en varias ocasiones pues al parecer el joven era todo un prodigio en el piano y su solo era bastante esperado por sus maestros y – al parecer – por la Reina misma. De pronto, Opera interrumpió con:

- Me dicen los guardias que ayer hubo todo un alboroto. ¿De qué se trataba?
- Es cierto. Adagio tuvo un mal sueño, y casi se incendia su habitación porque la pobrecita tenía la sensación de que alguien estaba en su habitación, prendió la vela y se espantó con las sombras de la pared. – dijo la Reina tomando la mano de su hija de manera maternal y apretándola con ternura. Adagio le sonrió.
- Así es, padre – dijo con toda la inocencia que pudo manipular en ese momento.
- Um-hum – dijo Opera un tanto escéptico - ¿Y eso explica el por qué Réquiem se la pasó toda la noche vigilando las ventanas?
- ¿Réquiem de vigilancia en palacio? – dijo la Reina extrañada.
- Así es. Aparentemente, nuestro bien amado ángel de la muerte, estuvo como buitre revoloteando por las ventanas del palacio.
- Tal vez sintió una presencia extraña – dijo la Reina preocupada – Réquiem tiene muy buen tino para esas cosas.
- Si algo así fuera, entonces ya lo hubiera reportado.

Se había sentido incómoda durante todo el desayuno. Su padre no había parado de lanzarle una mirada de “confiesa” y por más que se quiso hacer la desentendida, había algo en la mirada de su padre que hacía que se le hicieran nudos las tripas. Siguió a su institutriz al jardín; extrañada por el camino tomado, se adelantó para preguntar:

- ¿Qué no vamos a tener clase de pintura hoy? (diosito santo, viva la vida).
- Hoy tendrá su clase de pintura en el exterior, Princesa – dijo la institutriz, señalando todos los preparativos ya en el jardín. Adagio suspiró. No era que no le gustara la clase de pintura, el caso era que el maestro era completamente ajeno a su grave problema de olor corporal y muchas veces realmente apestaba.
- ¡Princesa Adagio! – saludó el hombre. Se miraba realmente feliz. Había instalado todo para que comenzara a dibujar la parte linda del jardín, que daba a la fuente...

Y entonces la fuente le cerró el ojo.

- ¡Arhes! – exclamó la institutriz al ver que el ángel se volvía carne y hueso. Arhes se acercó a ambas, dio un respetuoso beso a la institutriz en la mano y uno igual de respetuoso pero cargado con connotaciones sensuales a una Adagio que realmente estaba pidiendo a todos los santos que conocía que su padre no se apareciera en esos momentos.
- ¡Qué lindo par de damas! – exclamó Arhes - ¿Van a pintar el jardín?
- La princesa tiene su clase de pintura – dijo el profesor sin ocultar su gusto por el ángel frente a él. Arhes sonrió a Adagio.
- Si quieres puedo posar para ti.
- ¡Magnífica idea! – exclamó el profesor sin dejar tiempo a Adagio para responder.

Se acomodaron en el pequeño kiosco ya listo para ser el centro del arte del día. La institutriz se encargaría de leer en voz alta el libro de la buena etiqueta (que aquí entre nos no podía pues la imagen de Arhes en posiciones indecorosas era suficiente para encender el boiler y desconcentrar a cualquiera) mientras Adagio trataba de concentrarse en dibujar lo que su profesor quisiera, en este caso, a Arhes, acomodado sobre un pilar que tenía al jardín como fondo.

- ¿Así? – decía Arhes poniéndose en una posición rayando en lo erótico.
- No, no. Queremos que dibuje belleza natural – dijo el maestro, tratando de acomodar a Arhes sin tocarlo.
- ¿Así? – dijo Arhes de cuclillas sobre el pilar y tocándose el pecho.
- No...
- ¿Así? – dijo Arhes acomodándose el cabello como modelo con cabello mojado y aventando un beso al terminar - ¿O mejor me quito la toga?
- ¡No! – exclamó Adagio. Todos la vieron – No... es correcto... mejor, sólo acomódate, natural.

Arhes entonces se puso de pie al lado del pilar, colocó su mano derecha sobre el mismo y la izquierda a su costado, natural. Se acomodó de tal forma que pareciera que estuviera recargado sobre el pilar, su mirada fija en Adagio y una sonrisa tan suave y sensual a la vez, que hizo que la chica se pusiera de mil colores pues sabía perfectamente todo lo que esa sonrisita le ocultaba.

- ¡Perfección! – escuchó que el profesor decía a lo lejos. Arhes estaba hecho piedra, sin embargo, al comenzar a dibujar, pudo escuchar la voz en su cabeza.

“Me gustas”

- No es cierto – dijo ella.
- ¿Princesa? – dijo su profesor. Se dio cuenta de que esa voz solo ella la escuchaba. Era Arhes. Se comunicaba mentalmente con ella y lo estaba disfrutando.

“Las cosas que pudiera mostrarte en estos momentos,” dijo el ángel. “Las caras rijosas que me provocas con esos ojos y esos labios que están rogando por ser besados.”

- Dios santo... – Adagio gimió volviendo a su cuadro y tratando de evitar escuchar la voz de Arhes.

“Eres linda... Tienes un alma que llama a la mía. Quisiera besarte, lentamente e ir escalando, poco a poco, hasta que se convierta en un beso lleno de fuego y pasión... ¿Puedes imaginarlo?”

- Bueno... – susurró Adagio – Al menos tú no me quieres matar.

“¿Matar? ¿Quién te quiere matar?” dijo la voz. Adagio no dijo nada, pero no pudo evitar sino recordar su encuentro con Réquiem durante la noche. De pronto vio que Arhes se volvió carne. Sus ojos emitían fuego y por un momento sintió miedo. Fueron cuestión de segundos el tiempo que pasó en lo que el ángel se acercó a ella, la tomó del brazo y sacudiéndola preguntó:

- ¿Réquiem?
- ¡Oye! ¡Suéltame! – Adagio se sintió ofendida. La institutriz se levantó para darle sus sopes con el libro mientras que el profesor no sabía lo que pasaba.
- ¡¿Réquiem estuvo en tu habitación anoche?!
- (¡Cállate!) ¡Suéltame, ángel descarado!

Arhes la soltó y dio algunos pasos hacia atrás. Su mirada era terrible, llena de fuego fuera de control. Con un movimiento ligero de su mano hizo que una ballesta apareciera en ella.

- Réquiem debe morir – dijo con voz sombría antes de emprender el vuelo.


TBC...

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